“¿Puede uno perderse en un monoambiente de veinticinco metros cuadrados? En una época en que se debaten las nociones de encierro y liberación, los libros son una vía de escape posible: por primera vez en la historia, de manera simultánea en casi todo el mundo, pasear sin rumbo fijo estuvo prohibido […].
[…] Hasta que volvamos a vagar sin rumbo, la pandemia nos deja una deriva inevitable: sin límites ni condiciones, todavía podemos perdernos en la lectura”.
Artusi, Nicolás. “Formas de perderse sin salir de casa”. Revista La Nación 31/05/20
Como estímulo de lo mencionado, les dejamos tres cuentos y les deseamos un muy buen viaje.
El Viaje
Oriol Valls, que se ocupa de los recién nacidos en un hospital de Barcelona, dice que el primer gesto humano es el abrazo. Después de salir al mundo, al principio de sus días, los bebés manotean, como buscando a alguien.
Otros médicos, que se ocupan de los ya vividos, dicen que los viejos, al fin de sus días, mueren queriendo alzar los brazos.
Y así es la cosa, por muchas vueltas que le demos al asunto, y por muchas palabras que le pongamos. A eso, así de simple, se reduce todo: entre dos aleteos, sin más explicación, transcurre el viaje.
Del libro “Bocas del Tiempo” – Eduardo Galeano
El Mundo
Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.
A la vuelta contó. Dijo que había contemplado desde arriba, la vida humana.
Y dijo que somos un mar de fueguitos.
– El mundo es eso – reveló – un montón de gente, un mar de fueguitos.
Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tanta pasión que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende.
Del libro “El Libro de los Abrazos” – Eduardo Galeano
La Función del Lector I
Cuando Lucía Peláez era muy niña, leyó una novela a escondidas. La leyó a pedacitos, noche tras noche, ocultándola bajo la almohada.
Ella la había robado de la biblioteca de cedro donde el tío guardaba sus libros preferidos.
Mucho caminó Lucía después, mientras pasaban los años. En busca de fantasmas caminó por los farallones sobre el río Antioquía, y en busca de gente caminó por las calles de las ciudades violentas.
Mucho caminó Lucía, y a lo largo de su viaje iba siempre acompañada por los ecos de los ecos de aquellas lejanas voces que ella había escuchado, con sus ojos, en la infancia.
Lucía no ha vuelto a leer ese libro. Ya no lo reconocería. Tanto lo ha crecido adentro que ahora es otro, ahora es suyo.
Del libro “El Libro de los Abrazos” – Eduardo Galeano
15 de junio: Día Nacional del libro