La disputa por las categorías

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Ciertamente sabido es que a partir de fines del siglo XV – expansión europea hacia América mediante – el viejo continente entre otras mercancías vinculadas al campo de las materialidades exportó hacia estas regiones ideas y  doctrinas, algunas de las cuales – bajo determinadas circunstancias – fueron incorporadas acríticamente por ciertos referentes intelectuales locales.

Para autores como Fermín Chávez tal fenómeno puede ejemplificarse con la adopción a “libro cerrado” del iluminismo, doctrina que, para el autor, constituyó un producto “(…)del siglo de las luces (Aufklärung), período histórico donde se sobrestimo la capacidad de una “razón humana” (que para muchos filósofos de la época era “siempre idéntica a sí misma, igual en todos los hombres y en todos los tiempos”) – y donde lo racional – debía “sustituir a lo real en tanto éste (lo real) era juzgado como producto absurdo de la historia”[1]. El carácter a- histórico del iluminismo su incorporación sin tamiz crítico determinaran, para el maestro entrerriano, una progresión de limitaciones en cuanto al conocimiento exhaustivo de la América real (autoconocimiento).

Chávez sostendrá así que el iluminismo, no sólo generó en el país un prejuicio moral y cultural respecto a nuestras raíces indo- hispánicas, sino que además, a partir de su particular influencia, empezara a germinarse una falsa dicotomía civilización vs. barbarie donde lo bárbaro, paradójicamente, hará referencia a lo propio y lo civilizado, a lo ajeno. La idea de barbarie lentamente ira cobrando para Chávez un sentido peyorativo hacia adentro trastornando los supuestos culturales “(…) hasta el punto de hacerle creer a los nativos que nuestra civilización consistía en la silla inglesa y en la levita”[2]. El iluminismo en nuestra región presupondrá en definitiva para Chávez  una concepción naturalista y universalista de la sociedad “(…) bajo la cual habría de sucumbir el ethos de nuestro pueblo y nuestra propia germinación espiritual[3]

La doctrina iluminista calo hondo especialmente en las elites urbanas, y con el transcurso del tiempo, se ira convirtiendo en hegemónica en gran parte de las universidades y academias. No obstante, desde diferentes puntos de la geografía iberoamericana irán emergiendo matrices epistemológicas criticas primero hacia el iluminismo y posteriormente hacia el positivismo, matrices que apuntaran a profundizar el conocimiento integral e integrado de nuestra historia, de nuestra geografía, de nuestra cultura y de nuestra situación concreta en el contexto internacional.

El devenir histórico demostrara que ya a principios del siglo XX tales matrices entraran en tensión que con los sistemas conceptuales hegemónicos, y además, con sectores heterodoxos desarrollados al calor de tal hegemonía. En nuestro país el pensamiento nacional será la corriente que con mayor empeño participe de estas tensiones y su fortaleza encontrara razón vital en una tradición histórico – cultural en la que se entrelazaran aportes hispanos fusionados con las culturas prehispánicas y, posteriormente, con otras matrices provenientes de la gran inmigración.

El Pensamiento Nacional se irá modelando de esta forma como una cosmovisión nativista y mestiza  que ya a fines del siglo XIX incorporará en su seno a nuevos actores provenientes de la gran inmigración. Si bien un conglomerado importante los sectores inmigrantes se ubicará junto a los impulsores de las ideas europeas –en especial del positivismo – otros irán comprendiendo, asimilando e integrándose a la construcción de un ideario propio. Así, a los intentos sostenidos desde el poder por establecer una cultura única, monolítica y hegemónica sustentada en el iluminismo filosófico, sumado al liberalismo político y económico, se le opondrán quienes, recuperando la historia compartida y ciertos componentes de índole tradicional, vindicarán la necesidad de pensar desde el aquí y sobre el aquí.

Esta resistencia tenaz a las doctrinas importadas sin filtro critico no solo tendrá como corolario la profundización del autoconocimiento de nuestra realidad. Los representantes de esta corriente de pensamiento al considerar que las categorías principalmente concebidas en Europa no ofrecían perspectivas acabadas para comprender la problemática local ni regional, irán avanzando hacia una instancia de reflexión (autorreflexión) que les permitirá gestar, a través de la recurrencia a modalidades especulativas específicas, un desarrollo teórico propio. En ese orden de ideas puede afirmarse que sus integrantes aspiraran a construir una estructura teórica integrada por categorías ciertamente originales para interpelarnos desde lo político, lo económico, lo cultural, lo social y lo histórico.

Es en esta fase donde aparecerá la autorreflexión, proceso que, según autores como Arturo Jauretche, implicara inicialmente un “desaprender” ciertas formulaciones subyacentes a un sistema de pensamiento, que para el autor, contribuían a garantizar la dependencia integral del país. Para Arturo Jauretche y Ernesto Goldar las construcciones ideológicas incorporadas acríticamente cumplirán el rol de ocultar o deformar ciertos aspectos de la realidad conduciendo a quienes así las asimilaban hacia procesos de alienación intelectual[4].

Dentro de este encuadre el pensamiento nacional ira desarrollando conceptos político-económicos que interrogaran al tejido social desde una esfera material, es decir, que indagaran sobre la realidad económica y productiva como por ejemplo las nociones de oligarquía, semicolonia, movimiento nacional, burguesía nacional, organizaciones libres del pueblo, etc.. Pero además se ocuparan de un dispositivo cultural pedagógico e ideológico que – según sus máximos exponentes – contribuía a garantizar la sujeción material y cultural del país a partir de categorías como las de  alienación, medio pelo, las zonceras, intelligentzia y colonización pedagógica. Además exponentes filosóficos locales recurrirán a especulaciones vinculadas a la conciencia nacional y ser nacional, ya que, como sostuvo en alguna oportunidad Juan José Hernández Arregui: “(…) la verdadera independencia de una nación comienza a materializarse cuando su comunidad comienza a generar una filosofía independiente[5]

Bien vale recordar en ese sentido que para numerosos autores nuestro país ingresara al siglo XX inmerso en una ficción de república independiente. Mientras las instituciones políticas aparentaban funcionar a la perfección, e inclusive se previa tempranamente la posible ampliación de la base de sustentación electoral,  una pléyade de pensadores e intelectuales realizaran ingentes esfuerzos a fin de acreditar y denunciar la relación de dependencia de nuestro país respecto del imperio británico, pero además observaran, que la Argentina en particular, no se referenciaba con la metrópoli londinense de igual forma que lo hacían aquellos estados ocupados de facto por fuerzas cívico-militares imperiales, tales como Egipto e India.

 De esta reflexión surgirá una línea de análisis que conducirá a la noción de semicolonia, categoría que permitirá dar cuenta en forma más acabada de nuestro estatus en el plano internacional, pero que además, determinará a ciertos pensadores, a esbozar aunque asistemáticamente formas y modalidades de organización política y social que permitan romper los lazos de dependencia. Comenzará entonces a concebirse la idea de movimiento nacional.

 Cabe recordar que con la crisis del liberalismo mercantil se ingresará en una nueva fase histórica y económica conocida como imperialismo. Los monopolios reemplazaran al mercado que aparecía como regulador mágico de la economía para el ideario liberal. Las potencias europeas, en una carrera económica y militar, se lanzarán en búsqueda de nuevas regiones donde desembarcar en tanto ejército de ocupación, como en el caso de China, Egipto y la India. Por su parte, la fusión entre el capital industrial y el capital bancario permitirá el surgimiento del capital financiero, fenómeno típico del imperialismo económico. Ante la imposibilidad para las metrópolis de consumir la plusvalía extraída mundialmente por la división internacional del trabajo, surgirá el fenómeno de las transacciones financieras entre imperio, colonias y semicolonias, pero estas, se darán en un marco de relaciones de fuerza asimétricas, donde los estados imperialistas a todas luces resultaran nítidos beneficiarios. Jorge Abelardo Ramos sostendrá al respecto: “Una relación cada vez más estrecha de dependencia política, económica, financiera se establece entre el país acreedor y el deudor”.[6]

 Inglaterra –como potencia emergente se expandirá no solo a través de la ocupación directa, sino también articulando vínculos económicos con naciones periféricas como la Argentina. Nuestra situación en relación con la metrópoli se configurara entonces  “(…) bajo el estatus de semicolonia”, concepto que presupondrá  que Inglaterra respete la independencia nominal obtenida hacia 1816. Para los pensadores nacionales tal institucionalidad será a una mera formalidad republicana, una “máscara”  que encubrirá de la sumisión del país a los designios colonialistas”[7].

 La influencia de la metrópoli afectará a los centros de decisión económica de nuestro país. Los capitales británicos se irán adueñando sutilmente de los principales resortes de gestión económica de una Argentina reducida al rol de granja proveedora. Bancos, flota mercante, seguros, puertos y ferrocarriles serán  puestos en función de este régimen extractivo. La influencia Británica adquirirá tal magnitud que – según señalarán los exponentes más críticos de esta corriente de pensamiento – se tornaba difícil distinguir el límite entre la independencia nominal y la dependencia real, ya que esta se reforzaba, como mencionamos, con un “pacto implícito”. Esa asociación se concretará merced a la acción de una minoría, la oligarquía” que no solo dominara los centros de gestión gubernamental sino además las esferas de la justicia y del sistema cultural.

 

El carácter opresivo del estatus semicolonial determinará una relación antagónica y excluyente. Hernández Arregui sostendrá al respecto una premisa fundamental que cruzara toda su obra y que señalara la contradicción principal de la sociedad argentina de la época: Imperialismo-Nación. De allí surgirán posteriormente otra: ¡Patria si, colonia No! y ¡Liberación o Dependencia! Ambas constituirán banderas del primer peronismo. De esta contradicción que refiere Arregui emergerá además el reconocimiento de  la existencia de una “cuestión nacional”

De la cuestión Nacional emergerá a la vez la noción de movimiento nacional en clara referencia a una herramienta que, para sus mentores, podría canalizar política y socialmente las fuerzas liberadoras.

 Es entonces en el marco de las relaciones asimétricas que se operaron a raíz de los fenómenos colonialistas e imperialistas que puede darse cuenta de la génesis histórica y conceptual del movimiento nacional y de su particular configuración, circunstancias ambas que aún hoy, generan innumerables problemas de comprensión para aquellos académicos e intelectuales que intentan observar repetidamente los fenómenos americanos desde categorías euro céntricas.

 


[1] Pestanha Francisco José: “Las manos de Fermín”. En www.nomeolvideorg.com.ar.

[2] Chávez Fermín: “Historicismo e iluminismo en la cultura argentina”.Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1982. ISBN 950-25-0640-5

[3] Chávez Fermín: “Historicismo e iluminismo en la cultura argentina”.Ibídem.

[4] Goldar, Ernesto: “La nación es una construcción original”. En: www.nomeolvidesorg.com.ar

[5] Pestanha, Francisco José¿Existe un Pensamiento nacional? Ediciones FABRO, p. 166.

[6] Ramos, Jorge AbelardoLa bella Época. Buenos Aires, 1973, Editorial Plus Ultra, p. 21.

[7] Bonforti; Emanuel. Introducción al Pensamiento Nacional. PROCADO. UNLA.  Unidad III.