Bajo la orientación de Beatriz Sarlo, una treintena de intelectuales se ha pronunciado hace algún tiempo en un documento para que se derogue la ley que instituyó al 2 de abril como Día del Veterano de Guerra y de los Caídos en Malvinas.
Lo que molesta a los firmantes –entre los que se destacan Jorge Lanata, Luis Alberto Romero, Marcos Aguinis, Santiago Kovadloff, Vicente Palermo, Eduardo Antín y Juan J. Sebrelli-, es que “esa efeméride conmemorativa pudiera ocultar” que “es la causa Malvinas la que se está reivindicando, como si fuera una causa justa pero en manos bastardas” y que “se instituye la recordación de esa guerra como parte de una justicia que implica aceptarla en la historia argentina como episodio positivo a ser rescatado más allá de lo que pretendían sus ejecutores”.
Luego de criticar al nacionalismo territorial, continúan: “Se atribuye a los soldados y oficiales que allí murieron una condición heroica. No se trata de de negar que muchos de ellos hayan tenido, en lo personal, comportamientos heroicos, pero sí de resistirse a que su memoria sea objeto de manipulación cuando han sido básicamente víctimas: la heroicidad supone una gesta, el triunfo o la derrota en una pugna fundada en valores que se comparten y en virtud de los cuales se sostiene nuestra comunidad política y ese no es el caso de esta penosa aventura militar. La dolorosa tragedia provocada en 1982 por una dictadura sin escrúpulos y exaltada aún hoy por una nacionalismo retrógrado, convoca nuestra responsabilidad y la de todos los argentinos”.
Es evidente que este grupo de intelectuales se coloca a sí mismo en la tradición iluminista, de honda raigambre entre nuestras élites. Ellos encarnarían la razón, la búsqueda de la verdad a través del método crítico, la diferenciación de los individuos inteligentes de la masa de tontos manipulados por la propaganda de las dictaduras – la de Perón o la de Galtieri, ayer-, o la de los populismos – el de Chávez o el de Néstor y Cristina, hoy-.
Lo que estos herederos de Rivadavia, Mitre y Sarmiento no pueden explicar, y por lo tanto condenan, es la actitud del pueblo argentino en la Plaza de Mayo del 10 de abril de 1982. Malinterpretan –como malinterpretó Galtieri en ese momento-, que se trató de un plebiscito a la dictadura cívico-militar. No se detuvieron a mirar y a escuchar el audiovisual completo de la muchedumbre que colmó el ágora histórica; cuando el dictador clamó: “Si quieren venir, que vengan, le presentaremos batalla”, el pueblo tronó con entusiasmo aprobatorio, pero cuando el mismo personaje quiso legitimarse “Yo, como presidente de los argentinos…”, la multitud lo insultó, lo silbó y le cantó: “Salí borracho, de ese balcón, que esta es la Plaza de Perón”.
¿Cómo explicar que 300 mil varones argentinos se anotaron entre los meses de abril a junio de 1982 para pelear en las Islas Malvinas, y que más de 50 mil mujeres de nuestro país participaron en tareas de apoyo logístico? ¿Por qué razón no hubo un solo desertor entre los conscriptos convocados, y, por el contrario, hubo soldados que sin obligación se anotaron como voluntarios, como Julio Cao, el suscripto, u otros tantos?
¿Cuál es la teoría suficiente para explicar que gran parte de los exiliados por razones políticas se movilizaron por toda la América Latina promoviendo la solidaridad de todos los pueblos y de algunos gobiernos hacia la causa Argentina, y que decidieron regresar al país aún cuando seguían gobernando los dictadores? ¿Cuál es el gambito dialéctico para comprender cómo algunos presos a órdenes del Poder Ejecutivo Nacional se ofrecieron a pelear contra los ingleses, y cuando no les fue permitido, organizaron un banco de sangre para donarla a los combatientes?
¿De qué manera dan cuenta estos intelectuales sobre la actitud de Fidel Castro, cuando al entrevistarse con el canciller de facto Costa Méndez en su visita a La Habana, lo primero que le preguntó fue “Vuestro Comandante ¿tiene huevos?”, para ofrecerle inmediatamente 5.000 voluntarios cubanos para combatir a favor nuestro? ¿Cómo resuelven la paradoja los subsidiados académicos y los laureados poetas y cineastas que se niegan a reconocer a Héroes donde sólo ven víctimas, cuando el Comandante del Frente Sandinista de Liberación Nacional, Daniel Ortega, ofreció 4.000 milicianos nicaragüenses para repeler a las tropas británicas en el Atlántico Sur, aún sabiendo que la dictadura argentina se encontraba entrenando a los Contra por órdenes norteamericanas?
¿A qué lógica pueden apelar para entender los miles de voluntarios que se anotaron en todas las embajadas argentinas en Latinoamérica para luchar contra el colonialismo en Malvinas?
¿Acaso intentaron alguna investigación académica sobre las infinitas expresiones populares que a lo largo y ancho de nuestra Patria -sea en las grandes ciudades, o en los pequeños pueblos y hasta en las aldeas más distantes del Atlántico Sur-, han sembrado con los nombres de los soldados caídos y en homenaje a la Gesta a la que ellos niegan, las calles, las plazas, las escuelas, los barrios, los negocios, los estadios de fútbol, las sociedades de fomento o las parroquias? ¿Qué trabajo etnográfico encararon para conocer los innumerables adoratorios que nuestro pueblo ha erigido para conmemorar la lucha contemporánea contra el colonialismo inglés?
Nada de esto le interesa a la intelligentzia vernácula. Ellos, dueños del saber, han cancelado todo debate sobre la guerra de 1982, adhiriendo sin matices a la teoría desplegada por Misis Thatcher cuando explicaba a sus aliados, los motivos del envío de la flota más grande de las movilizadas por el Reino Unido después de la 2a. Guerra Mundial: se trataba de proteger el derecho de autodeterminación de los ciudadanos de las Islas, que una república bananera gobernada por una dictadura amenazaba, y que las democracias occidentales no podían permitir.
Gran Bretaña ha dado al mundo grandes intelectuales y literatos que han servido sin ningún tipo de vergüenza a Su Majestad, convencidos de trabajar para su país: Rudyard Kipling, D. H. Lawrence, Grahan Green, entre tantos.
Los verdaderos pensadores nuestros han sido marginados del sistema académico y de los círculos donde se reparten las canonjías y prebendas, y en su lugar un grupo de mediocres sin originalidad, pero con el don de la ubicuidad y las garras desplegadas para defender los privilegios alcanzados, se enseñorean en las Universidades públicas y privadas, reciben los subsidios estatales para sus investigaciones –casi siempre en contra del interés nacional-, aceptan jugosos salarios del CONICET que fundó Perón y que todos sostenemos, para criticar las medidas “populistas y demagógicas” en cumplimiento de la Constitución Nacional –como la Disposición Transitoria Primera, que habla de la recuperación de nuestras Malvinas, Georgias del Sur, Sandwich del Sur y mares adyacentes-, o cuestionan el cumplimiento de las leyes que promovimos los ex soldados combatientes en Malvinas, como la declaración del 2 de abril como Día del Veterano de Guerra y de los Caídos en Malvinas.
La cuestión no sería demasiado preocupante si se tratara de un grupo de libre-pensadores marginales que desean servir a los británicos. El problema es que ocupan lugares centrales en nuestros institutos académicos y de producción cultural, es decir, son claves como transmisores, reproductores y formadores de las futuras élites para anclarlas en el pensamiento colonial. Y, si revisamos la lista de los firmantes, la mayoría han mamado de la teta del Estado Nacional durante toda su vida, y lo siguen haciendo.
La palabra imbécil deriva del latín in-bellum, que designaba a las personas que desistían de ir a la guerra y, por lo tanto, no accedían a la plena ciudadanía en la sociedad romana. A contramano del dogma sarmientino de civilización o barbarie, es el pueblo argentino el que sabe discernir entre verdad y mentira, y nuestros engalanados intelectuales los que profesan el oficio del engaño y la imbecilidad.